Al noroeste del Monte Fuji se extiende un mar de árboles tan denso que, incluso al mediodía, hay zonas donde reina la oscuridad perpetua. Es Aokigahara, conocido mundialmente como el “Bosque de los Suicidios”.
Pero el horror de este lugar es anterior a su fama moderna. En el siglo XIX, durante las grandes hambrunas, las familias pobres practicaban el Ubasute: llevaban a los ancianos y enfermos al interior del bosque y los abandonaban allí para que murieran, reduciendo así las bocas que alimentar.
Se dice que los Yurei (fantasmas vengativos) de aquellos ancianos impregnaron la tierra. Hoy, los senderistas encuentran cintas de plástico atadas a los árboles; rastros dejados por aquellos que entraron dudando si volver o no.
Lo más inquietante no es lo que se ve, sino lo que no se oye. El hierro volcánico del subsuelo anula las señales de GPS y celulares, y la densidad de la madera absorbe cualquier ruido. En Aokigahara, el silencio tiene peso físico, y te observa.